México va directo a un periodo de inestabilidad, pero no por causas naturales o una conspiración extranjera —aunque siempre ayuda tener a quién culpar—, sino por una revisión pactada, firmada y hasta celebrada: la del T-MEC. La Secretaría de Hacienda ya lo dijo con la cara seria que amerita el momento: vienen tiempos difíciles. Pero claro, cuando se firmó el tratado, se aplaudió como si fuera un matrimonio con final feliz. Hoy, llega la hora del balance… y de las facturas.
Ernesto Madrid
Mientras tanto, del otro lado del mundo, China no duerme. Xi Jinping acaba de anunciar, con su tono sereno pero firme, que quiere más con América Latina. Más comercio, más inversión, más visas sin restricciones y —por supuesto— más influencia. No mencionó directamente a ningún país, como quien no quiere incomodar, pero dejó claro que las guerras comerciales no tienen ganadores y que el hegemonismo, ese vicio tan occidental, solo lleva al aislamiento. Sutil, pero demoledor.
Y como si eso no fuera suficiente, soltó una línea de crédito de 66 mil millones de yuanes (unos 9,200 millones de dólares), para que los gobiernos de la región —si quieren— tengan algo más con qué negociar. Todo esto ocurrió en Beijing, durante la cuarta reunión del Foro China-CELAC. No en Washington. Y eso importa.
En este tablero global, los mercados captaron el mensaje antes que muchos gobiernos. Bastó el anuncio de una reducción preliminar de aranceles entre E.U. y China para que las bolsas respiraran aliviadas y cerraran la jornada con ganancias. ¿Optimismo o ilusión pasajera? Eso está por verse. Pero el movimiento sí fue claro: China quiere reposicionarse como líder del Sur Global. Y lo está logrando.
¿Y México? Bueno, aquí seguimos peleando con nuestras propias sombras. En la reciente Convención Bancaria, Emilio Román, nuevo presidente de la Asociación de Bancos, dijo en voz alta lo que muchos murmuran en corto: la reforma judicial no convence. No mientras no existan tribunales financieros especializados, ni mientras el poder judicial siga siendo más un laberinto que una solución. Los banqueros, que no son precisamente revolucionarios, piden certezas. Y no las hay.
Román también apuntó a una verdad incómoda: México no tiene la infraestructura que se requiere para competir. Ni en transporte, ni en telecomunicaciones, ni en energía. Y por más que se hable del “Plan México”, sin colaboración real entre sector público y privado, todo queda en discursos.
La organización México Evalúa fue aún más directa: nuestros intereses no se defienden solos; se negocian, se proyectan y —aquí lo duro— se sostienen con hechos. No con declaraciones. Si el nuevo gobierno quiere encender la economía, tendrá que hacerlo con inversión real, gasto inteligente y, sobre todo, rompiendo con el mito energético que nos vendieron como la panacea. El petróleo ya no es destino, es lastre.
Y en el tema de justicia, la cosa tampoco mejora. ¿Una reforma judicial sin fortalecer antes a las fiscalías? Suena más a fantasía que a estrategia. La impunidad no se resuelve quitando jueces como si fueran fichas de ajedrez. Se resuelve investigando, denunciando y, claro, fortaleciendo al Ministerio Público. Pero eso exige tiempo, dinero y, sobre todo, voluntad política.
Así que, mientras China hace amigos, ofrece crédito y siembra influencia, México se prepara para renegociar un tratado clave sin infraestructura, sin confianza plena en sus instituciones y con un discurso que, en lugar de liderar, reacciona. Y en la política internacional —como en la vida— quien solo reacciona, pierde.
@JErnestoMadrid
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