- Mientras Washington eleva la presión con amenazas directas, el gobierno mexicano minimiza riesgos y Morena se distrae en gestos irrelevantes.
La presión desde Washington aumentó un grado más esta semana. Donald Trump, fiel a su estilo, volvió a colocar a México en su tablero de amenazas. En entrevista con Politico aseguró que Nicolás Maduro “tiene los días contados” y, como quien deja a propósito una puerta entreabierta, no descartó una intervención terrestre en Venezuela, Colombia o incluso México. La insinuación le basta: la intimidación ya está hecha.
Ernesto Madrid
Este miércoles, el presidente estadounidense subió el volumen desde Truth Social: exigió que México atienda “INMEDIATAMENTE” el déficit de agua pactado en el Tratado de 1944 y lo calificó como una amenaza para Texas y California. Diplomacia a gritos y en mayúsculas.
Del lado mexicano, la presidenta Claudia Sheinbaum optó por minimizar el golpe. Aseguró que no habrá intervención extranjera y que no es necesario responder a cada una de las declaraciones de Trump. Un mensaje de serenidad que, sin embargo, contrasta con la intensidad del ataque discursivo del presidente estadounidense y con las presiones reales que llegan desde su gobierno.
Mientras tanto, la operación “Lanza del Sur” continúa sumando acciones militares, embarcaciones destruidas y presuntos narcoterroristas abatidos. Estados Unidos no solo vigila la región, la administra bajo su propio criterio, y el mensaje es inequívoco: la seguridad hemisférica, según Washington, tiene dueño.
La amenaza del arancel de 5% por el adeudo de más de mil millones de metros cúbicos de agua añade otra capa de tensión. Roberto Velasco, encargado provisional de la SRE, insiste en que México está cumpliendo y que el derecho humano al agua no se negocia. Pero las reuniones con autoridades estadounidenses se acumulan sin avance concreto y la presión comercial sigue en la mesa.
En Palacio Nacional admiten que el diálogo es más profundo de lo que se ha dicho públicamente: catorce llamadas entre Sheinbaum y Trump, no nueve. Diplomacia discreta que contrasta con la narrativa doméstica de calma y control.
El escenario interno tampoco ayuda. La reciente explosión de un coche bomba en Michoacán fue descartada como terrorismo por el gobierno federal, que insiste en que se trata de una pugna entre grupos criminales locales. Sheinbaum reitera que no fue un ataque a su administración; García Harfuch sostiene la misma línea. La explicación puede ser técnicamente correcta, pero ignora una realidad evidente: el Estado sigue reaccionando, no previniendo, en un territorio fragmentado por disputas criminales.
La debilidad institucional persiste. La salida del exfiscal Alejandro Gertz Manero exhibió nuevamente un sistema de justicia erosionado. Y aunque los delitos de alto impacto registran una leve baja, el país permanece dividido entre regiones controladas y regiones abandonadas. Un equilibrio frágil que no admite distracciones.
Aun así, Morena parece empeñado en ellas. En plena crisis, Adán Augusto López Hernández decidió disfrazarse de Santa Claus para repartir 17 mil ejemplares de Grandeza, el libro del expresidente López Obrador. Un gesto simbólico que revela la distancia entre las prioridades del movimiento y la gravedad del momento.
Mientras Trump amenaza con represalias diplomáticas, económicas y militares, en México el oficialismo prefiere la estética al análisis y el espectáculo a la estrategia.
La ecuación es clara: Washington presiona; Morena se dispersa.
Y en medio de esa brecha, lo que queda comprometido no es la narrativa del gobierno, sino la capacidad del Estado para responder a un contexto que se vuelve cada vez más complejo.
@JErnestoMadrid
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