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Cuando el dinero dejó de fluir”: la ruptura entre Salinas Pliego y la 4T, una guerra por la caja y el relato

  • El pleito entre Ricardo Salinas Pliego y el gobierno de Claudia Sheinbaum no nació de una súbita conciencia fiscal ni de diferencias ideológicas: estalló cuando se rompió el flujo de contratos y privilegios que unieron al magnate con el lopezobradorismo. Hoy, el “Tío Richie” se presenta como el opositor que TV Azteca nunca fue… hasta que el SAT tocó su puerta.

Hubo un tiempo en que Ricardo Salinas Pliego era el empresario favorito del régimen. No porque fuera un genio de las finanzas o un filántropo del alma, sino porque su banco servía mejor que cualquier programa social: Banco Azteca era, de facto, el Banco del Bienestar. Desde sus ventanillas salían los miles de millones que el gobierno presumía como dádivas del pueblo para el pueblo… con comisión incluida, claro está.

Ernesto Madrid

De su mente brillante —o su instinto de supervivencia— surgió el famoso Consejo Asesor Empresarial, esa mesa de ricos donde se pretendía dar un toque de legitimidad al discurso antielitista. Y mientras el presidente hablaba de austeridad, Grupo Salinas facturaba seguros, telecomunicaciones, energía y obras públicas. En los tiempos dorados de la 4T, los contratos fluían como el rating de sus telenovelas.

El poder era tan generoso que hasta colocó a sus piezas en el tablero: Esteban Moctezuma, exportado de Fundación Azteca a la embajada en Washington, y Jorge Mendoza Sánchez, heredero político de la casa, dirigiendo Banobras. Era una familia feliz: el presidente con su discurso moral, el empresario con su cuenta bancaria y el país mirando la novela.

Pero llegó el corte comercial.

Cuando el dinero dejó de fluir, la lealtad también. La relación se agrió justo cuando Banco Azteca se negó a facilitar una operación que, dicen, olía más a lavandería que a filantropía. Desde ahí, el aliado pragmático se convirtió en el enemigo predilecto. El SAT se vistió de inquisidor, los tuiteros patrióticos afilaron hashtags, y la narrativa oficial encontró su nuevo villano: el rico que no quería pagar impuestos.

El gobierno necesitaba una cruzada moral y Ricardo ofrecía el perfil perfecto. Pero el magnate, experto en manejar cámaras, decidió cambiar el libreto. Se inventó un personaje —“El Tío Richie”— que, entre sarcasmos y videos de en redes sociales, se transformó en el opositor más histriónico del país. Primero se burló de los radicales de Morena, luego del presidente, y ahora de la presidenta. Una evolución digna de serie en horario estelar.

Lo que empezó como auditoría terminó como reality político. El SAT le exige más de 74 mil millones de pesos; él responde que el monto está inflado, manipulado y, por supuesto, injusto. Para rematar, lanza su jugada maestra: dice estar dispuesto a pagar “lo que corresponde”, en diez días. Un jaque mediático. Porque si paga, el discurso de justicia fiscal se desmorona; y si el gobierno rechaza el pago, queda claro que lo importante no eran los impuestos, sino el escarmiento.

Mientras tanto, el régimen titubea. No puede aceptar el dinero sin perder el relato, ni rechazarlo sin quedar en evidencia. La 4T, que se jacta de castigar la corrupción de los poderosos, ahora se enfrenta al dilema de que su villano está dispuesto a cumplir la ley. Un contratiempo terrible para la moral revolucionaria.

Lo irónico es que el empresario que hoy se proclama adalid de la libertad fue, durante años, beneficiario de este, poder que ahora denuncia. Lo digo con conocimiento de causa: conocí de cerca, como reportero de TV Azteca, la censura interna para proteger los contratos que alimentaban sus pantallas.


El medio que ahora presume rebeldía fue, durante años, el silencio mejor pagado del poder. Hoy, la televisora presume espíritu crítico, pero su valentía llegó justo cuando se cerró la llave de los contratos. Qué coincidencia tan patriótica.

Y mientras Salinas Pliego se monta en un templete a celebrar su cumpleaños número setenta entre botargas de ratas con uniforme de Morena y gritos de “¡presidente!”, el país asiste a un espectáculo de revancha empresarial. La misma televisión que servía al poder ahora le vende resistencia.

Así que vale la pena preguntar —con la ironía que la realidad impone—:
¿Si no existiera la disputa fiscal, tendríamos al feroz crítico que tuitea como libertador digital?


¿Seguiría el “Tío Richie” denunciando al autoritarismo si los contratos regresaran?
¿O volvería a su papel favorito: el de socio silencioso del poder?

Porque, al final, este pleito no trata de moral ni de justicia fiscal. Se trata de algo mucho más simple y antiguo: el presupuesto, esa forma tan mexicana de medir la lealtad.

Lo digo con la memoria de quien fue reportero en TV Azteca y conoció de cerca la censura.

Y como suele ocurrir en México, el conflicto no es de principios… es de presupuesto.

@JErnestoMadrid

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